lunes, 15 de abril de 2013

ENTRE LA REALIDAD Y LA FICCIÓN


Vivimos en un mundo real o eso es lo que creemos. Personas que forman nuestra vida diaria. Nuestro marido, mujer, pareja, hijo, hermano, madre, padre, abuela, vecino, amiga, frutero, panadera, compañera de trabajo, quiosquero, camarero… todos ellos reales, los vemos, los oímos, los tocamos. Nuestra ciudad, nuestro pueblo. Conocemos sus calles, aceras, tiendas, mercados… hemos pasado mil veces por esa calle, por ese parque. Forman parte de nosotros, nuestra vida se mueve entorno a todos a estos lugares, un día tras otro. La casa en la que vivimos, el sofá, nuestra cama, la ducha, las habitaciones, la cocina, el comedor… conocemos cada rincón, sus ruidos, su olor, cada recoveco de nuestro hogar. 

Un buen día vamos a comprar el pan y la panadera de siempre ya no está, en su lugar hay otra persona. Preguntas y te dicen que se fue a otro sitio o algo similar. El quiosquero de siempre se jubiló y ahora hay otra persona a la que compras el diario. Vas al trabajo y ya no ves a una compañera que has visto durante muchos años, hay otra cara. Con los lugares y objetos sucede exactamente igual. La panadería, el mostrador que ha tocado y visto cientos de veces, la calle donde está situada. El quiosco, ese espacio tan reducido, las pilas de diarios y revistas. El trabajo, los muebles de oficina, las sillas, los ordenadores. Todo tan presente para ellos y en poco tiempo tan ficticio.

Siempre hay un tiempo de recuerdo, un tiempo en el que todo es real, todo está fresco. Un impasse donde la anterior percepción y la nueva, conviven. Un tiempo que se mueve entre la realidad y la ficción. Luego, poco a poco, lentamente, esa cara nueva, ese lugar reciente, va suplantando todo lo anterior. El pasado se va difuminando. Va cambiando nuestra realidad hasta tal punto que lo pasado, lo de siempre desaparece casi por completo y deja de ser real para convertirse el algo imaginario, en algo ficticio. Un recuerdo lejano que hace equilibrio entre la realidad y la ficción.

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