lunes, 26 de agosto de 2013

CONTICINIO


En una noche sofocante de agosto disfruté de algo que hacía mucho tiempo no tenía, algo imposible para los que vivimos en una ciudad. En un pequeño pueblo enclavado en el Parque Natural de las Arribes del Duero saboreé la quietud nocturna que invita a soñar con su íntimo silencio a unirnos con la naturaleza, me deleité del conticinio, como ya nos mostraron los romanos hace muchos lustros, de esa hora de la noche donde reina una quietud total…

En el momento que se ponía el sol, el aire todavía estaba demasiado caldeado y había que esperar pacientemente para notar con alivio el frescor de la noche. Cuando hacía ya unas horas que la luna nos iluminaba casi sin querer y habíamos superado el caluroso día, era el momento de salir a tomar la fresca. Todos los vecinos del pequeño pueblo tenían esta costumbre muy arraigada, tanto o más que hacer la siesta. Costumbre deliciosa, muy social puesto que invita a la conversación y diría que hasta idílica si consigues vivir el conticinio en los momentos finales. 

Bien entrada la noche, a eso de la una o las dos de la madrugada muchos de los que disfrutan de la costumbre de tomar la fresca empiezan a sentir que su cuerpo les reclama la posición horizontal y deciden dejar las hamacas o sillas en las que estaban sentados y se despiden hasta el día siguiente dando las buenas noches. Una de esas noches aguanté tranquilamente recostado en una hamaca medio deshilachada hasta que sin darme cuenta me quedé sólo y el silencio y la calma fueron absolutas. A lo lejos se vislumbraba, gracias al resplandor de la luna, el montañoso horizonte portugués, las figuras fantasmagóricas de las encinas y la silueta del castillo del pueblo, todo cubierto por un manto de miles de estrellas. El silencio era sepulcral, el mundo se había parado y no sabía si estaba in situ o estaba soñando. El conticinio se prolongó unos minutos hasta que vi pasar un gato corriendo que me devolvió a la realidad. Fueron unos minutos en los que la comunión con el entorno fue mágica, tanto que lo recuerdo como una utopía ahora que he vuelto a la cuidad y las vacaciones han terminado.

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