martes, 10 de septiembre de 2013

LA HIJA SIN PADRE (Ventanas de Barcino 6)

Hace un par de días me encontré con un viejo amigo que hacía la friolera de doce años que no veía. Me lo encontré en Barcelona, primera cosa que me sorprendió puesto que el tiempo pasado de colegismo transcurrió en Madrid y además iba vestido de tunante, cosa que me sorprendió todavía más. Me explicó que había un encuentro de tunas de las Facultades de Arquitectura de toda España y había decidido venir. Con ese aspecto de cansado, casi arrastrando las botas como el que viene de una guerra y ese traje que ni el mismísimo Quevedo, parecía sacado de una película de Alatriste. Nos metimos en una cafetería a charlar un rato y al entrar tuvo la parsimonia de quitarse el sombrero de ala ancha, que tenía prendida una pluma morada, con un movimiento algo teatrero mientras los clientes le miraban con divertimiento.

Se llamaba Esteban Ricote, uno de los de mi cuadrilla de adolescencia y juventud. Era alto, moreno, delgado y con unos rasgos faciales muy marcados, le quedaba estupendamente su traje de tunante, su físico apenas había cambiado. Pedimos unas cervezas, hacía calor y con ese traje todavía más. Me contó que después de su boda, a la que yo asistí, al año tuvo su primer hijo y dos años más tarde el segundo. A los cinco años de casarse se divorció y se fue a Bilbao a trabajar en un proyecto muy interesante que le salió. Estando en Bilbao se enamoró a una preciosa joven de Lleida, que también era arquitecto, la conoció trabajando en el mismo proyecto. El amor surgió entre ellos y una vez finalizado el proyecto decidieron ir a vivir a Madrid donde ambos consiguieron un trabajo brillante en una compañía importante de su sector. Tras casi tres años muy felices viviendo en pareja decidieron ser padres de una preciosa niña y entonces tras siete meses de embarazo a ella le entró en la cabeza que quería que su hija naciera y se criara en Lleida y no en Madrid. Quería que creciera aprendiendo y viviendo lo que ella había aprendido, "la cultura y el sentir de su tierra", como ella decía. Mi amigo Ricote no se lo podía creer, no podía entenderlo era una decisión totalmente irracional, más aun siendo él de Málaga. Sin muchos aspavientos ni preámbulos ella se marchó a Lleida tras tomar esta decisión unilateralmente. Le dijo a mi amigo que quería lo mejor para su hija y eso estaba en su tierra, en Lleida o en Barcelona quizás, pero en Madrid no. La discusión no fue tal porque en dos días ella se marchó como si nunca hubiera conocido a mi amigo y este se quedó como diría aquel "compuesto y sin novia" y añadiría, "padre de una hija sin padre".

"Ya lo ves, cuando menos te lo esperas salta la liebre" me dijo. "Lo peor es que nunca he llegado a entenderlo". Intenté ayudarle diciendo que "estas decisiones irracionales no se pueden entender por la vía de la razón, lo que en la cabeza no te entra de manera racional, no puede salir de forma racional", le comenté citando a Proust. Le dije que "seguramente ella tenía tan idealizada su tierra dentro de su cabeza que había creado una neurosis territorial, hasta el punto de actuar como actuó. Su creencia, su credo le permitía actuar así o de cualquier otra forma irracional". Se quedó pensativo durante un rato mientras miraba a través de la ventana, intentando asumir lo que habíamos hablado.

Después la conversación se animó y seguimos hablando durante un buen rato de todo un poco, de nuestra juventud maravillosa, de como han pasado los años, de la amistad, de la vida…"


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