martes, 10 de diciembre de 2013

MIEDO A LAS PALABRAS


Han pasado apenas diez años desde que un conocido dejó de trabajar en un sanatorio, que en tiempos pasados se conocía más como manicomio y en la actualidad la palabra más utilizada sería residencia. Daban miedo las palabras, y para eludirlo se buscaban otras, pero enseguida el miedo volvió a impregnarse en ellas, y había que abandonarlas otra vez, sustituyéndolas por otras, por palabras no usadas con las que pudieran comerciar más fácilmente la cobardía, el embuste, la amenaza o el disimulo.

En el País Vasco, personas muy respetables y dignas se referían a las sangrientas matanzas de los asesinos como la lucha armada, y al terrorismo, abstractamente, violencia, y un disparo a bocajarro que acababa con la vida de alguien era una acción.

En en presente más rabioso sucede lo mismo con la reforma de empleo que ha servido sobretodo para hundir todavía más los pequeños triunfos laborales que había conseguido la clase proletaria, que es la inmensa mayoría de la sociedad y la que debería tener el poder de decisión, ¿el poder no emana del pueblo?. Digo triunfos con obligada exageración, porque trabajar cuarenta horas semanales (el que menos) o hasta los 65 años (esto ya ha pasado a la historía), no creo que sea un triunfo, pero las cámara de empresarios con su presidente a la cabeza (ahora tan presentes, antes tan ocultos) nos hace creer, junto con el aparato del estado, que eso son privilegios dignos de reyes y princesas. No decir deterioro, hundimiento, humillación y decir ajustar, modernizar, adecuar. Es lo que que hay y lo diré con las palabras adecuadas, sin miedo, son unos cobardes, mentirosos y opresores, que no tienen claro que el feudalismo ya pasó, ¿o no?

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