martes, 21 de enero de 2014

LA ISLA DE STEVENSON


Stevenson entra en nuestras vidas cuando todavía somos niños para no marcharse nunca más. Comienza a leérsele desde muy joven, y entonces las peripecias narradas superan con creces las expectativas creadas por el lector. Más tarde nos inventamos los motivos placenteros que nos acercaron a su obra, pero sin lugar a dudas siguen actuando a lo largo de nuestra vida, desde la adolescencia hasta la ancianidad, plagándola de esa alegría que solo la lectura de los mejores clásicos, antiguos o contemporáneos, proporciona a quien se acerca a ellos con un ápice de sensibilidad.

Con los dedos de la mano podrían contarse los clásicos de la literatura decimonónica que han llegado hasta el siglo XXI en el estado de frescura y de plena actualidad con que se presenta a nuestros ojos de ansiosos lectores posmodernos la obra del autor de Jekyll y Hyde

Robert Louis Stevenson (1850-1894) nació en Edimburgo, vivió en diferentes ciudades de Europa y Estados Unidos y finalmente se trasladó al Pacífico Sur, a la isla de Samoa, donde se estableció con su familia hasta su óbito. Su estrecha relación con los aborígenes del archipiélago y el modus vivendi tan fusionado con el entorno natural, indudablemente influyeron en la creación de La isla del tesoro, obra inmortal que nos adentra en un universo literario inolvidable y sobre la que Stevenson dijo: "Nunca ha habido un niño que no haya buscado un tesoro enterrado, que no haya querido ser pirata en el océano o bandido en la montañas". Ahí es nada.

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