martes, 4 de febrero de 2014

JOSÉ, EL ROBINSON GENUINO


Siempre me han apasionado las historia de náufragos, desde el  mítico Robinson Crusoe de Daniel Defoe hasta el palpitante Relatos de un náufrago de Gabriel García Márquez. El mar y su poder de atracción y desolación siempre ha sido un espléndido caldo de cultivo para maravillosas historias: la obsesión del capitán Ahad por dar caza a Moby Dick, las aventuras de Simbad el marino navegando por el Mare Nostrum, las cavilaciones de John Silver por hacerse con el tesoro de esa isla infectada de piratas, la espectacular batalla que libraron los navíos españoles y franceses contra la armada británica en Cabo de Trafalgar magistralmente narrada por Benito Pérez Galdós, la clásica y fantástica Ilíada y su hermanastra la Odisea… todas historias muy ligadas con el mar. 

Pero una vez más y sin querer que suene redundante "la realidad vuelve a superar a la ficción". José, un humilde pescador salvadoreño salió a pescar junto a un amigo en una barcaza de siete metros a finales del 2012 desde el puerto de Chiapas, al sur de México. Perdieron el gobierno de su pequeña embarcación y se quedaron a la deriva, arrastrados por las corrientes y a merced del mar durante 16 meses. Hace poco más un mes y después de un suplicio sobrehumano, José divisó tierra, eran las islas Marshall (Pacífico Sur) a casi 9.000 kilómetro de su puerto de origen. Afirma que sobrevivió gracias a los animales que pescaba, bebiendo agua de lluvia y sangre de tortuga. Su apariencia era débil, inevitablemente barbudo y harapiento, todo un náufrago, pero de verdad. José no recordaba su nombre ni su edad, tampoco sabía que le había sucedido a su amigo. No puedo imaginarme el terrible deterioro físico y mental padecido por este hombre, casi un año medio en peligro constante de muerte, fuertes borrascas zarandeando esa nuez de siete metros, la incertidumbre incesante de no tener que comer ni que beber, los días pasaban y poco a poco se introducía en un mundo irreal, tanto que transformó y trastornó sus sentidos, los delirios debidos al cansancio extremo y la escasísima alimentación, sobrevivió gracias a ese instinto de supervivencia tan ancestral que todos y cada uno de nosotros tenemos impreso en nuestro cerebelo. 

José es un ejemplo de superación y convicción, de amor y lucha por la vida, porque la vida que nos ha sido concedida es para vivirla, tal como decía nuestro José Luís Sampedro. Gracias por esta lección, José.

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