martes, 2 de septiembre de 2014

IDEOLOGÍA NACIONALISTA


Decía Orwell que sus mejores libros nacieron de una motivación política y el tiempo ha demostrado que no le faltaba razón en esta aseveración. Su obra Homenaje a Cataluña es una narración de sus vivencias en la Guerra Civil española desde su llegada a Barcelona en diciembre de 1936 hasta su huida casi un año después. La honestidad y el coraje con el que Orwell narra lo que vio y vivió lo convierten es un poderoso manifiesto por el hombre y contra las idealizaciones que acaban conduciendo inevitablemente al terror. Otras de sus obras con tinte político es Notas sobre el nacionalismo, libro coetáneo y seguramente ininteligible para los nacionalistas porque "la ideología nacionalista lleva no solo a aprobar las barbaridades cometidas al margen de la ley en su propio lado sino que tiene una extraordinaria capacidad para ni siquiera oír hablar de ellas", tal como apunta Orwell.

Los nacionalistas rechazan los valores alejados del sentimiento separatista y de criterios opuestos a sus tejemanejes patrióticos. Orwell vuelve a acertar cuando dice en Notas sobre el nacionalismo: “Todo nacionalista se obsesiona con alterar el pasado... Hechos importantes son suprimidos, fechas alteradas, citas removidas de sus contextos además de manipuladas para cambiar su significado”. Un claro ejemplo de las muchas manipulaciones selectivas realizadas en Cataluña a la que han dedicado monumentos, congresos, libros, museos y programas televisivos para asentar visual y moralmente en el colectivo social esa falsedad, ha sido convertir la guerra de Sucesión dinástica de la Corona española de 1714 entre Borbones y Austrias, en una guerra civil de victimización de catalanes, como si Cataluña hubiera perdido una guerra, cuando en realidad no la hubo por razones de país, sino por apoyar a un rey o a otro.

Eugeni d'Ors, quizá el mejor escritor catalán del siglo XX, era profunda y ampliamente europeo, hasta el punto que diagnosticó la Primera Guerra Mundial diciendo lo siguiente: "Esto es una guerra civil". En cambio el nacionalista no es nada europeo, sino que vive y muere pendiente únicamente de "su nación".

Por desgracia, queridos Orwell y d'Ors, lo que más duele es ver cada vez más catalanes con el ánimo sacudido por esa división entre buenos y malos catalanes según sea el grado de simpatía por el independentismo, como si fuera normal ser nacionalista y anormal no serlo. De manera tal que una frontera divisoria nunca vista desde la dictadura ha separado amigos, familiares y conocidos, ilusiones y proyectos comunes. Los no nacionalistas están siendo apartados como insectos molestos y peligrosos. Sin violencia física, como les gusta justificar; con intimidación solo psicológica, pero violencia al fin, miden el grado de catalanidad con baremos tan infantiles, por no llamarlos racistas, como el nivel de catalán de sus ciudadanos, el partido al que pertenecen, la bandera que cuelgan en su balcón, los libros que compran y su sentimiento de independencia. Conozco a más de uno y de dos profesores de universidad pública que han engrosado las listas del paro por su aversión independentista en favor de otros que demuestran su nacionalismo catalán con soberbia.

En contraste con este nubarrón nacionalista que ha provocado una herida dentro y fuera de Cataluña, encontramos esa Barcelona que tocamos con mano trémula y añeja en cualquier esquina del Barrio Gótico, aquel novecentismo de Casas, Sert, Picasso, el Port Lligat de Dalí, el mediterráneo de Miró, el europeísmo de Tàpies, el ribereño de Espriu, el gris de Josep Pla, el universal de Gimferrer, el sacralizado de Brossa, la flora submarina del Parque Güell, el deleitoso Vázquez Montalban y el genial Juan Marsé hacen que este escrito no sea más que un canto de amor frustrado a Catalunya.

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