martes, 10 de marzo de 2015

ARISTOCRACIA ENMASCARADA


Hay tres especies de gobiernos: el Republicano, el Monárquico y el Despótico. Para distinguirlos, basta la idea de que ellos tienen las personas menos instruidas. Supongamos tres definiciones, mejor dicho, tres hechos: uno que "el gobierno republicano es aquel en que el pueblo, o una parte del pueblo, tiene el poder soberano; otro, que el gobierno monárquico es aquel en que uno solo gobierna, pero con sujeción a leyes fijas y preestablecidas; y por último, que en el gobierno despótico, el poder también está en uno solo, pero sin ley ni regla, pues gobierna el soberano según su voluntad y sus caprichos". ¿Cuál es el nuestro?, imposible saberlo, unas veces parece uno y otras, otro.

Es conveniente añadir, que cuando el poder soberano recae en el pueblo entero, hablamos de una democracia (o al menos esa es la teoría), y cuando ese poder está en manos de una parte del pueblo, es una aristocracia (a más uno le encantaría que así fuera, reminiscencias de un pasado no muy lejano que a veces se hace presente, incluso los del presente parece que quieran volver a ese pasado). 

Teniendo en cuenta que pensamos, y hasta puede que alguien se lo crea, que vivimos en una democracia, sería conveniente remarcar, el que a mí parecer es la raíz de la mala política de nuestros días: la mayor parte de los ciudadanos tiene suficiencia para elegir, pero no la tiene para ser elegido. Este es el error (o acierto según para quien) más terrible que es imprescindible subsanar mediante una selección por oposiciones o exámenes concienzudos (es lo mínimo para las personas que gobiernan los designios de un país, la vida de millones de personas) siendo cada vez más exigentes en consonancia con el puesto a ocupar (esto ocurre con jueces por ejemplo), porque hay políticos, gobernantes, ministros, alcaldes, altos cargos públicos que jamás tendrían que haber ocupado su puesto porque son mediocres e incluso nefastos a la hora de desempeñar sus funciones, y su horripilante gestión repercute en la vida de miles o cientos de miles de personas. Eso sí, no sé que es lo que ocurre, pero para el que conquista un cargo político en este país, su hacienda y la de los suyos crece a pasos agigantados independientemente de si el país funciona bien o mal. Por tanto, si es blanco y en botella…, al parecer el cuento viene de largo.

Por otro lado, acepto que en los últimos treinta o cuarenta años se han conseguido relevantes avances en igualdad social y avance económico que han hecho que vivamos en un entorno más humano, posiblemente el mayor desarrollo de la larga historia de España; pero esto no nos exime de levantar la guardia y relajarnos en exceso. Ahora, más que nunca, tenemos que exigir una sociedad democrática gobernada por personas realmente preparadas para desempeñar sus funciones públicas (no puestas a dedo), personas honestas y con ambición por trabajar y mejorar nuestra sociedad caminado hacia un entorno común más humano y respetuoso con todos y cada uno de sus ciudadanos, defendiendo la igualdad de oportunidades, la cultura y la educación como base para crear un mundo mejor y próspero. Estos ámbitos imprescindibles, la educación de calidad y la cultura, tienen que estar al alcance de todos de manera pública y universal, asunto este que no le hace mucha gracia a los nuevos aristócratas, prefieren reservarla solo para los suyos, los que ellos consideran la élite social, no vaya a ser que la plebe acabe gobernando gracias a que han conseguido la cultura necesaria y posean la valía e inteligencia para ello. A pesar de que la mayoría pensamos que nuestra sociedad tendría que ir por estos derroteros, la minoría gobernante (los nuevos aristócratas deseosos del poder supremo, permanente e inaccesible para otros) se empeña en hacernos creer que vivimos en un entorno plenamente democrático, cuando en realidad ellos desean y actúan como si fuera una sociedad aristocrática. Ellos son los que gobiernan, y entre ellos se reparten los poderes sin ninguna intención de dejarlos en manos de otros mucho mejor preparados. Les gustaría gobernar de manera vitalicia, pero aquí es donde entramos nosotros, la ciudadanía, con nuestro unitario, humilde y a la vez poderoso voto. De nosotros depende continuar con la aristocracia enmascarada, eso es lo que más temen.

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