martes, 14 de abril de 2015

CULTURA FANTASMA

Desde la apacible distancia que me ofrece “la red" y valiéndome de textos publicados por el crítico literario Mijaíl Bajtín, quisiera romper una lanza a favor de la cultura, pero de la cultura de verdad, no hablo de esas mamarrachadas que intentan inculcarnos ahora. En el siglo XXI, a mi entender, cultura significa la suma de circunstancias y materias que, según la mayoría se constituyen con el asentamiento de una serie de ideas, valores, conocimientos históricos, filosóficos y científicos en constante evolución junto con la indagación y desarrollo de nuevos aspectos artísticos y la investigación en todos los campos del saber. 

La cultura siempre ha establecido diferencias sociales, los que dedican tiempo y esfuerzo para absorberla y asimilarla, progresan; y los que se desentienden de ella o la desestimaban, se excluyen social y económicamente. Esta clasificación es aceptada en el mundo occidental porque nos rigen unos valores, criterios y comportamientos comunes. Por tanto, quien pueda cultivarse, estudiar y aprender, y no lo haga, o se tira piedras sobre su tejado o es tan obtuso que acepta la exclusión social y económica a la que se verá abocado. Esto, evidentemente es para la mayoría, siempre hay una minoría elitista con reminiscencias aristocráticas que ya les viene dado todo de nacimiento, pero esto es otro cantar. 

Ahora bien, en nuestro tiempo, y ya me gustaría saber por qué, todo esto ha cambiado. La noción de cultura se ha amplificado tan desproporcionadamente, que la propia cultura se ha esfumado dando paso a la cultura fantasma. Todo el mundo cree ser culto, quizá esto sea una muestra de que nadie es culto o tal vez, y yo apuesto por esto al menos en un mayor porcentaje, lo que llamamos cultura ha sido depravado de tal modo que sirve para justificar que todos somos cultos. Se comienza por establecer que todo lo que dice un pueblo, hace, cree o venera, es cultura. El fin es realmente generoso, pero ya se sabe, no todo el campo es orégano. Porque una cosa es creer que en todas las culturas hay valiosas contribuciones a la humanidad, y otra muy diferente, es que todas son iguales. A este enredo ha contribuido enormemente "lo políticamente correcto", es decir, perece presuntuoso decir que hay culturas superiores e inferiores, por lo tanto todas las cultura son iguales, simplemente son diferentes expresiones de la fabulosa diversidad humana y así, todos tan contentos.

Por otro lado, a las causas de la desaparición de la cultura habría que sumar a "lo políticamente correcto", la incorporación de la incultura a la idea de cultura, disfrazada de diferentes nombres como por ejemplo la "cultura popular", una cultura menos pura y presuntuosa que la otra, pero mucho más libre y vivaz. Según Mijaíl Bajtín, la cultura oficial nace de las universidades, palacios y salones; y la popular de la calle, la fiesta, los bares y se burla de la oficial exagerándola irónicamente. Parece que las fronteras de la cultura e incultura se esfuman, dando a la incultura una relevancia quimérica, compensando la chabacanería y la dejadez con vitalidad y humor.


De este modo han ido desvaneciéndose los límites que separaban la incultura de la cultura, la persona culta de la inculta. Hoy en día nadie es inculto, todos somos cultos. Solo con mirar cualquier medio de comunicación encontraremos referencias de esa cultura universal de la que todos somos poseedores: "cultura del pelotazo", "cultura de masas", "cultura tecno", "cultura del tapeo", etc. Todos cultos, aunque no hayamos leído más que diez libros en nuestra vida, ni visitado exposiciones de pintura, ni aprendido aspectos humanísticos y científicos del mundo que nos rodea. Queríamos vencer esas diferencias culturales entre las élites y el resto, y lo conseguido es contrario a lo realmente deseable. En vez formarnos para ser cultos, no hemos hecho cultos sin formación. Lo que se ha conseguido es una confusión absoluta de lo que es cultura y lo que no es. Ahora todo es cultura, o mejor dicho, casi nada lo es.

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