martes, 1 de septiembre de 2015

CONTRA EL MIMETISMO

Existe una tendencia global a unirse a cualquier corriente que nos pase cerca. Nos dejamos arrastrar plácidamente mientras avance, o parezca que avance, aunque no sepamos a dónde, ni con quién, ni cómo vamos, si la masa arrolladora te pasa cerca es imposible no ser absorbido. A mayor tamaño, mayor atracción, simple ley física. Sin darnos cuenta pasamos de estar sentados en el sofá de casa viendo tranquilamente la última temporada de nuestra serie favorita, a meternos en mitad de una manifestación con el brazo en alto a grito pelado pidiendo el cielo y la tierra. Los medios de comunicación, el runrún que corre por la calle, la falta de pensamiento crítico, el odio y la soberbia que corren por nuestras venas; nos ciegan y nos encaminan por la gran senda detrás del gran padre.

Quizá sea una necesidad animal ancestral, la pertenencia a un grupo para no sentirse aislado, excluido. La tipología del grupo es lo de menos, no importa lo que se diga o se haga, si se respetan o no las leyes, si las acciones de ese gran grupo son perjudiciales o no para los que no forman parte de ese conjunto. Lo sustancial es la pertenencia a esa masa. Se trata de anular toda conciencia individual, toda reflexión personal y diferente. El fin es capar cualquier pensamiento distinto y, por lo tanto, discrepante. Conducir a la masa al pensamiento único y excluyente, o estás conmigo o contra mí, tienes que seguir al mesías. 

Tal vez la capacidad de mimetizarse con el entorno se ha desarrollado tanto en el ser humano que esté por encima de nuestro raciocinio. Puede que sea por temor, el miedo que nos atenaza y nos empujar a unirnos a causas o grupos simplemente para subsistir. Lo primero es la vida, y el temor a no poder vivir nuestra vida si nos quedamos fuera de esa masa, nos lleva a dejarnos llevar. Es un juego perverso que utilizan los personajes  megalómanos que suelen encabezar las masas con discursos utópicos y jactanciosos.

Thomas Mann criticaba la anulación de la conciencia individual en la cultura corporativa y totalitaria, el anti-intelectualismo. Se posicionaba en contra de la proyección mitológica y ficticia que utilizaban los cabecillas que lideraban las masas enfatizando sus discursos mesiánicos hasta límites surrealistas. Mann abogaba por reflexionar, humanizar y arrebatar el mito, ese pensamiento único y quimérico, a los déspotas intelectuales.

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