martes, 29 de septiembre de 2015

LIMPIAR LA METRALLA

Cuando los momentos de desvarío se redoblan y aguantar la irracionalidad humana se hace insoportable, buscar una vía de escape se convierte en algo necesario y sensato. El ancestral “voy a dar una vuelta para que me de el aire”, representa exactamente ese concepto, actúa de calmante, nos sitúa de nuevo en el mundo y vuelve a centrarnos física y mentalmente. A veces, aislarse del lacerante entorno que nos rodea se hace imprescindible, y más, en estos días convulsos y de cerrazón.

Para algunos, el simple hecho de tomarse un café tranquilamente sirve para purgarse de los demonios que nos rodean, otros necesitan ir al gimnasio y sudar, los hay que prefieren salir a pasear por un parque o por un bosque, o salir a montar en bicicleta por la montaña, o leer un buen libro, o ver una película, o pintar un cuadro, o tocar un instrumento musical, o mirar detenidamente las estrellas, o navegar en un velero surcando ese maravilloso lugar donde no hay fronteras, en fin, se trata limpiar la metralla que diariamente nos salpica y nos intoxica. 

Es evidente que no a todos afecta por igual, las personas más sensibles necesitaran un mayor esfuerzo y tiempo para regenerarse, en cambio, otras personas más herméticas, por así decirlo, con un simple gesto tienen suficiente. De unos a otros hay cientos de grises, no todo es blanco o negro. Lo importante es saber cual es tu necesidad y buscar tu refugio para limpiarte esa metralla lacerante. El problema surge cuando una persona recibe la metralla y no se purga, se va convirtiendo poco a poco en un ser autómata. Se va alejando de la condición humana hasta convertirse en una especie de androide y, finalmente, termina engullido por las hordas que escupen la metralla para formar parte de ellas.

Decía Montaigne que cuando su espíritu se oscurecía por la lacra social, tan horrible en su época, se retiraba a Saint Michel para envolverse de la tranquilidad necesaria, y así, apaciguar su ánimo. Albert Pla, en busca de esas voces que acompañan y serenan, se pasaba un día entero de invierno en la cama leyendo Montaigne, que tenía sobre él un efecto tónico y sedante. Para Antonio Muñoz Molina, leer los Ensayos de Montaigne es un escondite “cuando arrecia la bronca pública y la temperatura del delirio, entre nosotros siempre tan alta, va llegando al punto de ebullición”. 

Tenemos a Montaigne, se lo recomiendo a cualquiera, pero sobre todo a esas hordas que disparan metralla a diestro y siniestro.

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