martes, 17 de mayo de 2016

EL PRECIO A PAGAR

Las personas que están en la élite de una profesión entregan su vida para lograr ese estatus e intentar mantenerse “en el reino de los cielos”. Jornadas interminables de trabajo, reuniones extenuantes, acuerdos al límite, desacuerdos inesperados, fines de semana inexistentes, noches en vela, incomprensión de la pareja, llamadas de trabajo a cualquier hora del día y cualquier día de la semana, pesadas comidas de correligionarios, más pasajes de avión que pelos en la cabeza, desafección familiar, visitas al cardiólogo y al psiquiatra, veranos en invierno, amores fugaces, una extensa colección de móviles con una guía de cínicos y necesarios contactos, ejercer de lameculos (incluso en la cumbre) más ocasiones de las deseadas, amigos que se vuelven enemigos, soledad a pesar de estar rodeado de personas en su mayoría hipócritas, sentir el aliento de hacienda en la nuca de forma constante, soberbia y vanidad en vena, mirar la hora como el que mira a Zeus, sentirse querido y odiado a la vez, desear una corona en vez de un sombrero… Es el precio a pagar. Lo consideran un sacrificio ineludible, una especie de llamada del más allá, una espiral absorbente de la que no se puede salir, en definitiva, una vida dedicada a los demás. Para ocultar su sentimiento egocéntrico no se achican al proclamar a los cuatro vientos que gracias a su inestimable labor vivimos en un mundo mejor y que todo nuestro “bienestar” se sustenta sobre sus espaldas. 

Por suerte hoy en día la libertad de expresión en los medios de comunicación está demostrando que todos esos “sacrificados” no son más que un puñado de buitres que exhiben plumaje de pichón. Aun así, la ignorancia juega en su ventaja y permite que los feligreses sigan creyendo. 

Se adiestra a la gente para que luche por ser el mejor, dedicar su vida, si hace falta, para lograr el éxito. Y eso significa ascender a la cumbre como sea y luchar a brazo partido por permanecer en lo alto. No hay nada mejor, se nos dice. Habrá quien vea el precio a pagar como algo necesario porque siempre hay que pagar un precio, tanto si intentas lograr el éxito como si no. Y es posible que algunos piensen que esforzándose lo indecible lograrán el deseado fin apoteósico. Se inculcan unos valores que muchas veces llevan forzosamente a la decepción. Para lograr meterse en ese grupo selecto solo hay dos formas: o te viene de cuna o te abres camino a base de navajazos traperos, incluso a veces se da la tremebunda combinación de ambas formas. ¿Y todo esto para qué? Quizá para satisfacer un insaciable ego personal y responder satisfactoriamente a un adiestramiento educacional y social enormemente competitivo que en su finalidad solo tiene un sentido individual y autodestructivo. Es posible que los “elegidos” tengan la mente tan retorcidamente manipulada que ni siquiera se den cuenta de lo que son. Pero no lo creo así, al contrario, durante su ascenso a la cumbre han tenido que comulgar con el diablo y acceder a sus lacerantes peticiones en tantas ocasiones, que cuando por fin tocan la ansiada cúspide con sus propias manos, lucen unos cuernos en los lóbulos parietales de un palmo de largo. 

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