martes, 19 de julio de 2016

LA ESENCIA DEL VERANO

Es verano. Esta maravillosa época del año a todos nos evoca recuerdos agradables. Desde nuestra más tierna infancia la asociamos con lo divertido, el mejor periodo del año. El colegio pasaba a formar parte de un oscuro y pesaroso pasado, disfrutábamos de sol y buen tiempo días tras día, las obligaciones parecían desaparecer por arte de birlibirloque, la libertad nos tocaba con su varita mágica, la fiestas populares salían al paso detrás de cada esquina, los reencuentros con viejas amistades, los amores de verano… Las vacaciones de millones de españoles consistían en volver al pueblo que te vio nacer con la familia a cuestas. Aquellos 850 atestado de personas y maletas. No creo que fueran más grandes que un Smart. También recuerdo los 600, los 4L, los R8 y algún 2 caballos. Un poco después los 124, los 131 y los Talbot Horizon. Todos ellos verdaderos prodigios de la ciencia y de la prestidigitación. Eran artilugios capaces de transportar a cantidades ingentes de personas a esos paraísos perdidos en los que permanecíamos un mes o incluso más. Las ciudades se deshabitaban. Las zonas rurales bullían de gentío y alborozo. Un pueblo de trescientos habitantes pasaba a tener dos mil. Eran días de alegría y de esperanza. El panadero del pueblo no daba abasto, como se dice vulgarmente “hacía el agosto”, y nunca mejor dicho. Lo mismo los bares y pequeñas tiendas de comestibles. Las caras transmitían bienestar, el ambiente era cordial, jubiloso. Las preocupaciones, que habían hostigado nuestras cabezas durante meses, se esfumaban. La gran familia rural, que formaba cada pequeña población, tenía como única finalidad vivir con entusiasmo. 

Cada pueblo representaba la síntesis de todo un país, pero con una afabilidad y simpatía que no estaría de más aplicar durante el resto del año. Eramos los mismos personajes solo que en otro entorno. Gente del propio pueblo, de Cadiz, Madrid, Barcelona, Bilbao, A Coruña, Burgos, Santander, Valencia, Mallorca, Francia e Inglaterra, convivían en perfecta armonía y cordialidad. Esa es la esencia del verano, días de amistad y solidaridad, de humanidad y diversión, de relación y honestidad. 

Y ahora es tiempo de verano, época para reencontrar y afianzar estos valores. Aquellos tiempos pasados se han desvirtuado ligeramente, la vida cambia, pero aún persisten en determinados lugares y, sobre todo, perduran en nuestros recuerdos. De nosotros depende vivir constantemente bajo el influjo de esa esencia de verano, es cuestión de actitud. 

Feliz verano. Hasta septiembre.

martes, 12 de julio de 2016

A LA CABEZA EUROPEA

Sí señor, no solo en la tasa del paro somos líderes europeos, también somos el país donde más se ha incrementado el número de ricos. En los años de crisis, a medida que se descontrolada el número de personas que se quedaban sin trabajo, la élite de ricos españoles ha aumentado exponencialmente (¿?). Gracias a los informes concluyentes elaborados por la prestigiosa consultora Capgemini podemos elucubrar diferentes tesis sobre el comportamiento de la sociedad española, pero en este caso me abstendré, cada cual que piense lo que crea conveniente. Y luego hay que recortar porque el dinero no llega para todo, ni para todos, añadiría.

En el detallado informe mundial de la riqueza que publica cada año la consultora citada anteriormente, en España durante el año 2015 se unieron 15.000 personas a ese selecto grupo, un 8,4% más respecto al año anterior, hasta sumar un total de 193.000 ricos. Se trata del mayor incremento en toda Europa. Siguiendo nuestra estela el siguiente en la lista es Países Bajos con un 7,9% (nos está mal para ser segundos), Francia con un 5,9% (la distancia empieza a ser insalvable, pobre vecino…) y Alemania con un discreto 5,6% (el renqueante motor europeo tendría que fijarse en nosotros). ¡Para que luego digan que no somos los mejores en algo! ¡No hay quien nos gane en aumentar la brecha entre ricos y pobres! ¡Gran acierto en políticas sociales! Solo queda felicitar al gobierno de turno.

Durante los últimos siete años el número de fortunas ha crecido en España un 50%, con la particularidad que este periodo 2008-2015 ha coincido con los años de la gran recesión en los que el número de pobres ha aumentado de forma descomunal, según informes de Intermon Oxfam. En total, 65.900 personas han pasado a formar parte del selecto club de ricos den España durante estos años.

Supongo que entre esos nuevos ricos encontraremos a algún miembro del clan Pujol, o alguien de los Fabra, o de los Rus, o alcalduchos como Granados y compañía. No menciono a los Bárcenas o a los Urdangarin (y esposa) porque lo de ellos viene de lejos, ni a otros personajes que a todos nos sobrevuelan, la lista sería interminable. Creo que la corrupción generalizada y confabulada entre los políticos y empresarios de este país no ha sido un factor a tener en cuenta por la consultora para elaborar estos informes, solo se han limitado a exponer los datos numéricos. Cada cual que saque sus conclusiones, pero es difícil entender como se puede seguir votando a los mismos que te están esquilmando. Se ve que el famoso adagio “el amor es ciego” nos viene de perlas en este caso para concluir que “el voto es ciego”. 

martes, 5 de julio de 2016

Y VUELTA A LAS BANDERITAS

No soy partidario de las banderas. Son la representación arrogante y excluyente de algo ficticio. El pueblo, altivo y gregario, las levanta como símbolo de no sé qué, las ensalza y se identifica con sus imaginarias diferencias. Estoy harto de ver banderas inglesas y estadounidenses en los medios de comunicación, una por el presuntuoso Brexit y otra porque son “la nación más grande del planeta”, la misma nación hiperbólica que denomina “series mundiales” a su Liga de béisbol. Pero, mirando más cerca, también estoy saturado de ver banderitas independentista en Cataluña, la que llaman “estelada” (de estrella), la que es como la cubana. Algunos ayuntamientos, que solo actúan para una parte de sus ciudadanos, la plantan en cualquier plaza, rotonda, farola o árbol del municipio. Algunos ciudadanos la cuelgan en sus balcones o ventanas. Valientes legos fantasmones. 

Mi parte nihilista crece cada día. Desde el punto de vista religioso nunca he creído en esos cuentos de fábula. Esto es debido en gran medida a que en nuestra sociedad hemos sido capaces de mantener las necesidades básicas a raya, la cultura se ha generalizado y somos más racionales. Nuestras preocupaciones ya no son buscar un sitio para dormir o cazar algo para comer. Entre comillas, nuestro sustento está asegurado y los temores divinos se han convertido, por fin, en lo que siempre han sido: una patraña de mentiras para manipular al pueblo necesitado. Ahora bien, estoy comenzando a desligarme emocional y afectivamente de la política y de la sociedad, y esto ya me preocupa más. Quizá es un problema de banderas y de la actitud que hay detrás de las personas que las sustentan, o tal vez es que ya han pasado demasiados años, la experiencia es una grado, y como se dice vulgarmente “a mí no me la dan con queso” o “vaya usted a venderle la moto a otro”.

Las bandera han existido desde la aparición del hombre. Hay indicios de ejemplares fechados en torno al 5000 a. de C., consistían en tocados de plumas que solían llevar los jefes de las tribus. A lo largo de los siglos se utilizaron como enseñas familiares. La primera bandera tal como la conocemos hoy en día apareció en China, donde se descubrió la seda, una material perfecto para su elaboración. De China pasó a los mongoles, cuyo ejército, comandado por Ghengis Khan, fue el primero en emplearlas. Desde allí pasó a la India, Persia, Roma y al resto de Europa. En el siglo XI, durante la Edad Media, los estandartes comenzaron a utilizarse para representar a los reinos que poseían tierras y dominios. Las ciudades fueron adoptando diferentes banderas como símbolos y en el siglo XVI se produjo la estandarización de los colores y los signos. Así, banderas tan revolucionarias como la francesa –de 1794, patrocinada por Lafayette y que unía los colores de París, azul y rojo, con el blanco de los Borbones– comienzan a representar ideologías.

Hacia 1875 aparecen las primeras enseñas nacionales y a partir del siglo XX se institucionalizan las banderas de gobiernos, agencias oficiales, fuerzas armadas, clubs marítimos, universidades, partidos políticos, marcas comerciales… Ha habido, y habrá, conflictos internos que se han derivado de la necesidad de elegir una u otra bandera nacional. Un caso fue el de Alemania tras la Primera Guerra Mundial, entre los partidarios de restaurar la bandera tricolor de 1848, procedente de una república democrática, y los que preferían mantener la diseñada por Bismarck en 1867. La discusión se zanjó con la llegada de Hitler al poder en 1933: el dictador apostó por la de Bismarck, siempre que se utilizara junto a la del partido nazi.


Y hoy en día, como si no hubiera pasado en tiempo y continuáramos en la Edad Media, seguimos dándole vueltas a las banderitas…